La narcocultura se salió de control
Durante el último tiempo, la fascinación por la vida narco ha alcanzado niveles inéditos.
En TikTok, la etiqueta #alucín —usada para fantasear con la vida de un narcotraficante, ya sea en tono aspiracional o irónico— supera los 5.8 mil millones de reproducciones.
En YouTube, los narcocorridos han ganado gran popularidad, especialmente tras el auge de Peso Pluma. Y en redes sociales en general, es común ver a jóvenes compartiendo videos donde exhiben ropa de lujo, joyas, fajos de billetes, autos deportivos e incluso armas.
No es que todos deseen ser narcos. Lo que fascina es la estética. El poder, el respeto, el dinero fácil, el estatus.
“La violencia como fenómeno mediático es muy atractiva. Ha habido el surgimiento de toda esta cultura, de presentar a los narcotraficantes como una suerte de antihéroes. Hay que tener cuidado porque hay varias formas de hacer apología de la violencia; una es presentar con atributos deseables o atractivos a quien se ha dedicado a una vida criminal”, señala el Dr. Víctor Hernández, experto en Derecho y Seguridad Nacional de la Universidad Panamericana.
¿Debería esto preocuparnos? Es una pregunta legítima. Pero también hay que mirar el fenómeno desde otros ángulos.
Para empezar, vale la pena reconocer que —así como muchas personas bailan canciones con letras misóginas sin compartir esos valores— también se puede consumir narcoficción sin admirar a los narcos.
Y aunque es cierto que la música, los videojuegos, el cine o TikTok pueden reflejar y amplificar valores vinculados a la cultura narco, culparlos como causantes directos del problema me parece sumamente engañoso y simplista.
El narcotráfico tiene raíces estructurales mucho más profundas. Y fantasear, en sí mismo, no es un delito. Escuchar trap, rap, reguetón o metal no convierte a nadie en delincuente. Tampoco ver cientos de videos con la etiqueta #alucín.
Lo verdaderamente importante es que las personas —y especialmente los jóvenes— cuenten con herramientas críticas para distinguir la ficción de la realidad.
Y ese, precisamente, es el gran desafío.
Muchos jóvenes no las tienen. Y sin darse cuenta, terminan reproduciendo actitudes o discursos que pueden tener consecuencias reales y peligrosas.
En este escenario, las plataformas digitales tampoco ayudan demasiado. Al privilegiar lo viral, amplifican estéticas que, aunque puedan parecer inofensivas o simplemente “de moda”, refuerzan imaginarios problemáticos.
Pero también entiendo que no se trata de un debate sencillo. Regular el contenido cultural siempre será complejo. Y al final del día, el trabajo más importante recae en las familias y las escuelas.