¿Te han orbitado alguna vez? ¿O quizá lo hiciste tú?
Cuando pensabas que por fin habías entendido de qué se trataba el ghosting, ahora tienes que sumar una nueva tendencia al glosario del vaivén afectivo digital: el orbiting.
Y no, esta vez no es algo que le pasa exclusivamente a los adolescentes. Es algo que probablemente te ha pasado a ti. O que tú mismo hayas hecho.
Para quienes han tenido la suerte de no conocer estas prácticas de cerca, el ghosting es cuando alguien con quien mantenías algún tipo de vínculo desaparece sin previo aviso. No más mensajes, no más señales. Como si se lo hubiera tragado la tierra.
Ghosting viene de ghost, fantasma. Y el orbiting, que significa orbitar, lleva esa desaparición a un nivel más perverso —o al menos, más ambiguo.
Porque orbitar, supuestamente, es cuando alguien deja de hablarte, pero sigue merodeando en tu vida digital: ve tus historias, reacciona a tus publicaciones, comenta de vez en cuando. No hay conversación, pero hay presencia. Como si no estuvieras del todo fuera de su órbita… ni dentro.
La periodista Anna Lovine, quien acuñó el término, lo explica así: “Lo suficientemente cerca como para que ambos se puedan observar; pero también lo suficientemente lejos como para nunca tener que hablar”.
En esencia, un orbitador es un fantasma visible. No responde, pero tampoco desaparece.
Y aunque muchos artículos describen esta práctica como una forma de manipulación emocional o un gesto pasivo-agresivo, no estoy tan seguro de que siempre sea tan intencional ni tan malicioso como parece.
El hecho de que puedas ver al espectro digital de una relación pasada no significa necesariamente que esa persona se esté burlando de ti. Tal vez simplemente no sabe cómo desvanecerse del todo.
Porque —admitámoslo— se necesita cierto grado de ego (o al menos de expectativa) para interpretar la órbita como un ataque personal. Nadie está obligado a responder tus mensajes. Puede ser frustrante, sí, pero las razones pueden ser muchas: cansancio, incomodidad, desinterés… o, simplemente, ya no le interesas. Y aun así, les gustó esa selfie que subiste. O se detuvieron a ver cómo tu perro corre por el parque. ¿Eso es una provocación?
Responderte es su privilegio. Pero también lo es seguir viéndote. Y tú puedes revocar ese privilegio cuando quieras.
No hace falta un exorcismo para liberarte de los fantasmas digitales que aún te rodean. Si verlos viéndote te hace daño, bloquéalos. Sobre todo si sientes que están ahí solo para jugar contigo.
Y si piensas que bloquearlos “les da la ventaja”, ¿de verdad importa? ¿Quién está ganando qué, exactamente?
No tienes que jugar ese juego. Puedes salir de la órbita.