Cuando hablamos de violencias en entornos digitales, a veces creemos que estamos ante fenómenos completamente nuevos. Como si lo que sucede detrás de una pantalla no tuviera historia ni raíces fuera de ella.
Pero lo cierto es que las ciberviolencias —esas agresiones que se producen en espacios virtuales— no son otra cosa que la continuación de violencias estructurales que ya conocemos. Solo que con otros códigos.
Lo que cambia en lo digital no es el fondo, sino la forma: aparece la falsa sensación de anonimato e impunidad; la posibilidad de herir en segundos, desde cualquier lugar del mundo; la huella permanente que deja cada mensaje o imagen; y esa sensación de exposición constante, de estar 24/7 en vitrina.
Todo esto se combina con algo igual de preocupante: el silencio o la pasividad colectiva cuando presenciamos una agresión online. A veces no sabemos qué hacer. O simplemente no hacemos nada.
Nombrarlas es el primer paso para entenderlas. Así que a continuación te presento algunas de las más extendidas:
1. Grooming o pederastia digital
Imaginemos la escena: un niño o una niña está jugando en línea. Del otro lado, alguien comienza a hablarle. Le hace preguntas, le presta atención, lo hace sentir especial. Con el tiempo, esa conversación se vuelve más frecuente, más íntima, más cargada de confianza. Y también más peligrosa.
Este es el mecanismo del grooming, también conocido como pederastia digital: un adulto que se hace pasar por otro menor para acercarse, ganarse la confianza, manipular y, finalmente, abusar. No es algo improvisado. Son personas que saben lo que hacen. Conocen las formas de entrar en la vida de un niño o niña, identificar sus inseguridades, y presionar emocionalmente hasta dejarlo atrapado.
Por eso, la mejor prevención empieza con la conversación. Necesitamos hablar con chicos y chicas sobre esta posibilidad: no todas las personas que conocemos en internet son quienes dicen ser. Y si algo los incomoda o los hace sentir raros, no deben callar ni esconderlo. Pueden —y deben— acudir rápidamente a un adulto de confianza.
Y algo más: deben saber que no tienen la culpa. Pase lo que pase, nunca es su culpa. Esa es, quizás, la protección más importante que podemos ofrecer.
2. Ciberacoso
El ciberacoso ocurre cuando una persona es agredida de forma repetida a través de internet, generalmente por sus propios pares: compañeros de colegio, vecinos, personas con las que comparte en su día a día.
A veces las agresiones llegan en forma de mensajes. Otras veces como imágenes, audios o publicaciones. Pero el objetivo es siempre el mismo: dañar. Atacar la autoestima, la dignidad, la reputación de la persona.
Lo más desgastante del ciberacoso es que no ofrece refugio. No hay sala, pasillo ni recreo donde “salirse” del problema. El espacio digital se convierte en un entorno sumamente hostil, que persigue a la víctima incluso cuando está en casa, en pijama, desde la seguridad aparente de su cama.
3. Sextorsión, sexpreading y deepfakes
Otra forma de violencia digital es la que se basa en el chantaje sexual. La sextorsión ocurre cuando alguien amenaza con difundir contenido íntimo —imágenes, videos, conversaciones— que la víctima ha compartido en confianza.
El sexpreading, en cambio, es la consumación de esa amenaza. Es la difusión no consentida de ese material. Ambas formas están relacionadas con el sexting, una práctica cada vez más común entre adolescentes (y adultos), que consiste en el intercambio voluntario de contenido erótico.
Pero hay algo más que está creciendo y que asusta por su sofisticación: el uso de inteligencia artificial para generar deepfakes, es decir, videos, imágenes o audios falsos en los que alguien aparece desnudo o diciendo cosas que jamás dijo. A veces ni siquiera hace falta una imagen íntima real. Basta una foto cualquiera —de un perfil público, una red social, una clase virtual— para construir una mentira capaz de destruir.
Ahora bien. En este punto suele aparecer una respuesta tan bienintencionada como insuficiente: “¡Que pasen menos tiempo en internet! ¡Que salgan a la calle! ¡Que jueguen como antes!” Y aunque esa idea puede sonar lógica, conviene mirarla con más cuidado.
Idealizar los espacios físicos del pasado como si fueran automáticamente seguros es una trampa. Es una forma de simplificar un dilema complejísimo: cómo cuidamos a las infancias y adolescencias en un mundo —digital o físico— donde los riesgos están en todas partes.
Desde la industrialización de las sociedades, los hogares comenzaron a quedarse vacíos durante el día. Las familias se volcaron al trabajo asalariado y las infancias se vieron obligadas a organizarse solas, sin presencia adulta. Sí, había fútbol en la calle, rayuela en la vereda, escondidas entre los árboles. Pero también había drogas, alcohol, pandillas y violencia callejera. Todo eso coexistía en los mismos espacios que hoy, con frecuencia, tendemos a idealizar.
Entonces, ¿por qué pensar que “volver a las calles” es la solución? ¿No será que necesitamos mirar —sin nostalgia— los peligros que habitan todos los espacios?
La violencia no habita en las pantallas. Habita en las relaciones, en las jerarquías, en las estructuras que organizan nuestra vida común. Y, por lo mismo, no basta con apagar los dispositivos: necesitamos transformaciones profundas.
La pregunta esencial, entonces, no es solo cómo protegemos a niñas, niños y adolescentes del mundo digital, sino cómo los acompañamos a habitar todos los mundos —los físicos y los virtuales— con cuidado, autonomía y dignidad.
Crear con IA imágenes de adolescentes desnudas y difundirlas en los colegios ha pasado bastante acá en Chile
Hola Felipe, me gustó mucho tu publicación.
He visto en Facebook e Instagram como se están denunciando las Fake news y eso es un punto favorable. El cuidado de publicaciones que se hacen debe estar centrado en que quienes te repiten los likes que muchas muchas veces es un lobo al acecho o quienes solicitan que les agregues como amigo. Los adolescentes y jóvenes son muy volátiles a estas acciones, es por eso que los padres estén atentos a cuidar a sus hijos e hijas.
Las Fake news se están dando fuertemente en las campañas presidenciales que, aunque haya denuncias, estas no surten efecto.